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El fruto de la fe Lc 17,5-10 (TOC27-16)

“El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por la fe”. Así concluye el texto del profeta Habacuc que se lee en la celebración de la Eucaristía de este domingo (Hab 2,4). Como sabemos, el texto original venía a decir que el final del malvado es la muerte. Pero el justo alcanzará la vida por su “fidelidad”.
Para el profeta, la fe se entiende como la espera atenta del que confía en las promesas de Dios y no se desalienta ante su aparente silencio. No basta con creer que hay un solo Dios. En la carta de Santiago se nos dice que “también los demonios lo creen y tiemblan” (Sant 2,19). La fe ha de traducirse en la fidelidad diaria a la voluntad y al ritmo de Dios.
Se repite con frecuencia una célebre frase de la santa Madre Teresa de Calcuta: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz”. Así es y así lo anunciamos.

LA ORACIÓN Y LA FE

 También en el evangelio que hoy se proclama reaparece el tema de la fe. Ahora son los apóstoles los que se dirigen al Señor para suplicarle: “Auméntanos la fe”  (Lc 17, 5). La fe no se pesa ni se mide. No es una realidad cuantitativa, sino cualitativa. Esta petición incluye algunas sugerencias que no deberíamos olvidar
• Con esta súplica, los apóstoles dan a entender que ya han comprendido que la fe es un don. Es un agua viva que mana de la fuente misma de Dios. Es un don que no se puede imponer, pero tampoco se debe impedir. Hay que suplicarlo con una oración persistente y confiada y hay que procurar mantenerlo con una dedicación agradecida y activa.
• Por otra parte, la petición de los apóstoles nos dice que en el camino de los seguidores del Señor, la fe es siempre poca. Jesús ha llamado a veces a sus discípulos “hombres de poca fe”. Por mucha responsabilidad que tengan los llamados, siempre habrán de reconocer que su fe es débil y manifiestamente mejorable.

EL SEÑOR Y LOS SIERVOS

Hay otra sugerencia en este evangelio. Jesús dice que basta un granito de fe para trasladar una montaña. ¿Es una exageración? No, es una imagen. Trasladar la montaña es dejar nuestro orgullo y convertirnos en siervos de los demás. Con la humildad de los que dicen: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10).
• “Somos unos pobres siervos”. Así pues, la fe no se manifiesta en nuestras proclamaciones ni en el ministerio que se nos ha confiado. Ni siquiera en la exactitud con que practicamos los ritos sagrados o en la belleza de nuestras ceremonias. La fe se hace realidad en el constante servicio a los hermanos.

• “Hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Ahora bien, tampoco el servicio puede convertirse en otro motivo para reclamar la gratitud y el reconocimiento social. Dios nos ha amado gratuitamente. Si nuestro servicio al prójimo es interesado ¿quién se va a creer que nuestra fe puede mover las montañas?

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