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Fidelidad y Felicidad Mt 4,1-11 (CUA1-14)



La tentación se ha convertido en un tema predilecto para los publicistas que tratan de vender un nuevo producto. El ideal sería que nunca nos llegaran a seducir las cosas o las acciones que nos deshumanizan. Pero lo malo de la tentación es que se nos presenta tan disfrazada que apenas logramos reconocerla como tal.
En su exhortación “La alegría del Evangelio”, el Papa Francisco ha señalado cuatro tentaciones: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la mundanidad espiritual y las guerras entre los creyentes (nn.81-86.93-101). Esas tentaciones nos alejan del camino que nos habría de llevar a conseguir lo mejor de nosotros mismos y a anunciar el Evangelio.
El texto del libro del Génesis que hoy se lee en la misa nos sugiere que la gran tentación  del ser humano es la de despreciar la voluntad divina (Gen 2,7-9; 3,1-7). Al  ceder a la tentación, la persona rompe la relación de armonía con lo otro, con los otros y con el absolutamente Otro.

EL ENGAÑO QUE SEDUCE

Si el primer Adán cede a la tentación, Cristo, el segundo Adán, la supera. Como todos los años, al principio de la cuaresma, hoy contemplamos a Jesús en el desierto (Mt 4,1-11). El evangelio nos dice que Jesús sale victorioso de las pruebas a las que es sometida su categoría divina y hasta su calidad humana. Jesús fue sometido una y otra vez a la prueba.
En el caso de nuestras tentaciones la cuestión  de fondo era, es y será siempre la misma. Hemos de preguntarnos por las hondas razones que nos mueven a caminar. Hemos de plantearnos el por qué y el para qué de nuestras elecciones.
La gran tentación es la de volver la espalda a la verdad. La de pretender ignorar el plan de Dios y nuestra propia dignidad de Hijos de Dios. Nuestra gran tentación es el engaño que con tanta frecuencia aceptamos como normal e inofensivo.
San Pablo nos  recuerda que la salvación que nos llega por Cristo nos redime del mal que desde siempre nos seduce.

TENTADORES DE DIOS

A la última tentación Jesús responde citando un tajante texto del Deuteronomio: “No tentarás al Señor tu Dios”. De ser tentados pasamos con frecuencia a ser tentadores. Tentadores de los demás y hasta de Dios.
• “No tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando olvidamos su amor y adoramos a las cosas, como si fueran un dios que puede salvarnos y merecer nuestro amor.
• “No tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando pretendemos ser nosotros la fuente de la fe y la esperanza, del amor y de la vida, de la paz y la justicia.
• “No tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando nos llamamos hijos suyos y olvidamos a nuestros hermanos, que también lo llaman “Padre”.
A la luz de este mensaje, será necesario revisar las tentaciones del tener, el poder y el placer, que continuamente tratan de desviarnos del camino del Señor. La cuaresma es un tiempo propicio para este examen sobre la verdad de nuestra vida.

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