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Don y tarea de la fe Lc 17,5-10 (TOC27-13)



“El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe”. Ese es el mensaje que nos transmite hoy el profeta Habacuc (Hab 1,23: 2, 2-4). Todo le hacía presentir la invasión de los caldeos sobre Palestina, que habría de tener lugar el año 597. a. C.
Ante sus ojos se desplegaba una situación de injusticia y de violencia, de luchas y contiendas. El profeta intuía que un país no puede sostenerse sobre el mal y la corrupción. La ética social es la base de la paz y de la prosperidad en el presente. Y es la garantía de la esperanza en un futuro humano y humanizador.
Por otra parte, la probable invasión de los caldeos no vendría a aportar una solución. Todo lo contrario. La crueldad, la rapiña, la muerte y el destierro se perfilaban como negros fantasmas sobre el horizonte del país. En ese momento, la palabra de Dios advierte al profeta que sólo la fe ayudará a los creyentes a descubrir el sentido de tanto dolor.

EL TRÍPODE DE LA FE

La fe aparece de nuevo en el texto evangélico que se proclama en este domingo (Lc 17, 5-10). Tres ideas principales lo recorren: la fuerza, el servicio y la gratuidad de la fe.
En primer lugar, a una súplica que le dirigen los apóstoles, Jesús responde con una frase tan asombrosa como verdadera. Según él, bastaría un granito de fe para arrancar de raíz  una morera y plantarla en el mar. Tal exageración subraya la eficacia impensable de la fe y deja al descubierto la debilidad de nuestra creencia.
En segundo lugar, la inmediata referencia al amo que se dispone a servir a su criado nos dice que eso sólo es posible gracias a la fe. De ella brota la fuerza que arranca y traslada la morera. Un granito de fe nos bastaría para cambiar las estructuras injustas de este mundo. Y para transformar en servicio humilde la altanería y el orgullo que nos ciegan.
En tercer lugar, hay una palabra también para el criado. El que ha hecho lo que le había sido mandado, no puede arrogarse un mérito especial. Los creyente no pueden presentarse ante Dios exigiendo premios y prebendas. Reconociendo la gratuidad de la fe, han de repetir con humildad: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.

EL AUMENTO DE LA FE

Con todo, no se puede olvidar la petición que los apóstoles dirigen al Señor. Con ella se abre esta meditación sobre la fe.
• “Auméntanos la fe”.   Esa oración ha de ir ritmando el camino diario de todo creyente. La fe es llamada y respuesta. La fe es un don que nos ha sido concedido gratis, pero ha de ir creciendo gracias a Dios y mediante nuestra humilde colaboración. 
• “Auméntanos la fe”.  Esa oración somete a revisión el itinerario histórico de la Iglesia, “santa y necesitada de purificación”. Llamada a creer en su Señor, la Iglesia sabe que la fe crece cuando se anuncia, se celebra y orienta el humilde servicio al hombre.
• “Auméntanos la fe”.  Esa oración puede iluminar los pasos de toda la humanidad. Todo ser humano necesita creer y ser creído. También el no creyente, por ser humano, ha de mantenerse abierto a la búsqueda del sentido de la existencia.

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