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Profeta y Mesías de Dios (TOC12-13)

La historia humana es siempre ambivalente. Una mezcla de sonrisas y lágrimas. El texto del profeta Zacarías que hoy se lee, evoca esta experiencia con un tono de misterio (Zac 12, 10-11). A primera vista, es una gozosa profecía que ofrece esperanza al pueblo de Israel. Pero, al mismo tiempo, hace imaginar un dolor fuerte que el pueblo ha de afrontar algún día.

De hecho, Dios anuncia la restauración de Jerusalén. Será reconstruida la ciudad bienamada. Y no sólo eso. También las relaciones humanas serán renovadas gracias a la clemencia que Dios derramará como la lluvia. A él se volverán finalmente los ojos de su pueblo. Todo parece anticipar un tiempo de paz, de concordia y de piedad.

Sin embargo, también se anuncia el dolor. Las gentes volverán los ojos al que traspasaron. Parece evocarse aquí la figura del Siervo de Dios, cantada en la segunda parte del libro de Isaías. Habrá un luto semejante al que ensombrece las cercanías de la ciudad de Meguido cuando se lamenta la muerte de Rimmón, el dios cananeo de la vegetación.
LA ORACIÓN Y LA IDENTIDAD
El evangelio nos introduce en una escena que ocupa el centro de la vida pública de Jesús (Lc 9, 18-24). Como en las grandes ocasiones, Lucas presenta a Jesús orando solo. De pronto se vuelve a sus discípulos para preguntarles qué dice la gente de él. Las opiniones se dividían, pero todos lo reconocían como un profeta, como ya se ha visto en los domingos anteriores.

A continuación les pregunta por su propia opinión. Pedro lo reconoce como el Mesías de Dios. Muchas gentes en Israel vivían a la espera de la aparición del Mesías. El clima era tenso y todos anhelaban una salida airosa, que se consideraba casi imposible. No es extraño que aguardaran un liberador que aglutinara al pueblo. Varios se presentaron como tales.

Jesús no rechaza el mesianismo que le atribuye Pedro. Pero él no será un Mesías batallador y triunfador. Por eso se apresura a deshacer con cuatro frases las fáciles ilusiones que circulan por el ambiente. Tendrá que padecer mucho. Será desechado por los jefes del pueblo. Es más, habrá de ser ejecutado. El anuncio de su resurrección apenas es oído.

No olvidemos que la oración marca la importancia de este momento. Con motivo de su bautismo, en la oración Jesús había reconocido su identidad de Hijo del Padre. En la oración descubre la necesidad de revelar a los suyos esa identidad. Sólo el que se ha dirigido a Dios, puede presentar a los hombres el camino de la salvación.
EL CAMINO DE LA CRUZ

El camino de la salvación está marcado por el seguimiento del Mesías. Y por la asunción de su suerte y de su muerte. Esa es la pauta para el que quiera seguirle:

• “Que se niegue a sí mismo”. Hay muchas ocasiones para descubrir que nuestros intereses y caprichos nos destrozan y destruyen la armonía social. Aprender a vivir con austeridad puede ser la mejor lección de las crisis.

• “Que cargue con su cruz cada día”. La cruz no es un simple adorno. Muchos hermanos nuestros han tenido que afrontar el martirio. Pero Jesús habla del misterio y el heroísmo de la cotidianidad. Ahí se presenta la cruz como el único camino de la verdad.

• “Que se venga conmigo”. Evidentemente, no es fácil remar contracorriente. No es políticamente correcto ser testigos de la verdad en un mundo de mentira y corrupción. Pero el discípulo de antes y el creyente de hoy saben y creen que pueden caminar con su Maestro.

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