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El signo de Caná (TOC2-13)

“Como un joven se casa con su novia, así se desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo” (Is 62,5). Un anónimo profeta del tiempo posterior al exilio dedica estos hermosos versos a la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén.

La idea de la alianza de Dios con su pueblo era antigua y persistente en la historia de Israel. Podía ser entendida según el modelo de los pactos entre un rey poderoso y otros reyes vasallos que buscaban protección en él. Pero con mucha frecuencia esa alianza se entendió como una entrega esponsal, en la que Dios se entregaba a su pueblo y exigía de él fidelidad.

Como hicieran Oseas, Jeremías y Ezequiel, este anónimo profeta no tiene empacho en emplear la imagen del amor matrimonial para referirse a las relaciones de Dios con la Ciudad Santa. La elección y la ternura, el amor y la fecundidad son ideas que han de reforzar la conciencia de todos los que viven en Jerusalén o peregrina hasta ella.
EL AGUA Y EL VINO

Pues bien, la imagen del amor esponsal había de perdurar también en el Nuevo Testamento para reflejar las relaciones de Jesús con la nueva comunidad. En el evangelio de Juan y sólo en él se encuentra el relato de la participación de Jesús en una boda celebrada en el pueblo de Caná de Galilea (Jn 2, 1-11). En él sobresalen algunos detalles significativos:

• El texto sitúa esta fiesta “a los tres días” a contar desde el encuentro de Jesús con Natanael. La referencia al tercer día, recuerda la manifestación de Dios en el monte Sinaí (Ex 19,16) y anticipa la definitiva manifestación de Dios en la resurrección de Cristo. En medio se sitúa esta “hora” de Jesús que preanuncia su gloria.

• En Caná, ocupa un puesto central el vino. Cuando llega a faltar, Jesús no lo crea de la nada. Convierte en vino el agua de las purificaciones de los judíos. No empieza a existir el vino de la nueva alianza sin el agua de la fe de Israel. El don de Dios viene en ayuda del esfuerzo humano, como escribió Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret” (I, 299).

• Con este primer “signo” Jesús manifestó su gloria, como Dios había manifestado su gloria en el Sinaí. Y sus discípulos creyeron en él. El camino de la fe se había iniciado ya gracias a la indicación del Bautista sobre Jesús. Se había manifestado en el seguimiento. Ahora, “al tercer día”, se afianza la fe en quien renueva la alianza con el vino de la fiesta.

MARÍA Y LA FE
La meditación del relato de las bodas de Caná no puede prescindir de la presencia de María. No se puede olvidar que en él sitúa el evangelio de Juan las dos únicas frases que a ella le atribuye.

• “No les queda vino”. María está atenta a las necesidades de sus amigos y conocidos. En ella se ha visto reflejada la Iglesia, según afirma el Concilio Vaticano II. También ella ha de prestar atención a una humanidad insatisfecha y dolorida, que ha perdido las razones para vivir y las razones para esperar.

• “Haced lo que él diga”. María sabe que la salvación, como la fiesta de la vida, es siempre don de Dios. Pero sabe que la humanidad ha de estar preparada para acoger esa salvación y hacer posible la alegría. La fe es un don de Dios, pero sólo crecerá si ponemos las condiciones humanas para que eche raíces en nuestra vida y en nuestra sociedad.

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