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Bautismo del Siervo de Dios (NAVC-13)


“Mirad a mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones” (Is 42,1). Esas palabras  del primer canto del Siervo de Yahvéh, que encontramos en el libro del profeta Isaías, nos introducen en la liturgia de hoy. 

La imagen es, al mismo tiempo, misteriosa y elocuente. El anónimo “siervo” de Dios parece referirse a un discípulo predilecto. Es elegido por el Señor como profeta. Escucha atentamente la voz de lo Alto. Actúa como testigo de la voluntad de Dios. Y parece destinado a un martirio que resulta salvador para los demás.  

Esas palabras podrían referirse hoy a todos los creyentes. También nosotros hemos sido elegidos y llamados por Dios. Sabemos que sobre nosotros descasa su espíritu. Y creemos que hemos sido enviados a difundir por el mundo un ideal que nos trasciende, un mensaje que es superior al mensajero. El de la justicia que el Dios justo espera de esta tierra. 

EL ANUNCIO

Pero estas palabras del libro de Isaías nos hacen pensar en el Bautismo de Jesús. En el evangelio de Lucas (Lc 3, 15-16. 21-22) escuchamos una vez más la voz de Juan el Bautista. Alejado de la algarabía de Jerusalén, se ha retirado a las orillas del Jordán para anunciar la próxima venida del Mesías. Tres puntos resumen ese anuncio.

• “Yo os bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo”. El bautismo de Juan recuerda a su pueblo la figura de Josué, el paso del Jordán y el don de la tierra prometida. Y le recuerda también la voz ardiente del profeta Elías, defensor del único Dios. Y sobre todo anticipa la llegada de Aquel que asumirá la misión de Josué y la de Elías. 

• “Yo no merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Ante el Mesías que ha de venir, Juan se considera más indigno que un esclavo. Él es tan sólo una voz que resuena en la soledad del desierto.

• “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. El Mesías Jesús, en efecto, sumerge a los creyentes en el baño del Espíritu, Señor y dador de vida. Y los ilumina con el fuego del amor que unifica las lenguas

LA REVELACIÓN

Con todo, el evangelio de Lucas pasa por alto el ministerio de Juan: “En un bautismo general, Jesús también se bautizó”. El precursor ha cumplido su misión. De acuerdo con la teología de Lucas, importa subrayar la oración de Jesús. Una oración que es revelación y escucha: “Mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto”. 

• “Tú eres mi hijo”. La fe cristiana nos lleva a recordar las palabras del salmo: “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy” (Sal 2,7). Como Jesús, nosotros reconocemos a Dios como Padre al escuchar su palabra. 

• “El amado”. En el libro del Génesis leemos la orden de Dios a Abraham: “Toma a tu hijo único, Isaac, al que amas…y ofrécelo en holocausto” (Gén 22,2). Como Isaac, también Jesús descubre en su bautismo un camino que lleva al sacrificio.

• “El predilecto”. En el primer poema del Siervo de Yhavéh, Dios lo llama “mi elegido en quien se complace mi alma” (Is 42,1). La predilección de Dios afianza la confianza de Jesús en su Padre y sustenta la nuestra.

Como ha escrito Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret” (I,47), en su bautismo Jesús “se presenta ante nosotros como el Hijo predilecto, que si por un lado es totalmente Otro, precisamente por ello puede ser contemporáneo de todos nosotros”.

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