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La increencia de los cercanos (TOB14-12) por JR Flecha

En este momento son muchos los que muestra su asombro ante el aumento de la increencia en los países que cuentan con una larga historia cristiana. Se atribuye este fenómeno a muchas causas. Entre ellas no hay que descartar los escándalos que a veces provocamos los que nos decimos creyentes.

Otras veces se alude al afán de novedades, al cual aludía ya San Pablo en sus cartas. Hay quienes piensan que ya se “saben” todo el contenido de su fe. Y buscan nuevas verdades o verdades que parezcan novedosas, exóticas, sorprendentes. Verdades que resultan más atrayentes cuando parecen alimentar la vida de los personajes famosos.

Y, por fin, se habla del cansancio de la fe. Las gentes están cansadas de creer. Buscan respuestas pragmáticas y soluciones inmediatas. Les parece haber descubierto que los problemas de la vida no pueden ser solucionados por la fe. Los auténticos milagros no los produce la fe sino la técnica moderna.

LO ORDINARIO Y LO EXTRAORDINARIO

En el evangelio que se proclama en el domingo XIV del tiempo ordinario, se recuerda que Jesús regresó alguna vez a su tierra (Mc 6, 1-6). Se supone que se trata de la aldea de Nazaret donde su había criado. El sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre, y se puso a enseñar. El texto nos dice que sus vecinos se quedaron asombrados.

¿De qué asombro se trata? Nos asombra la verdad, pero también el error. Nos asombra la belleza, pero también la fealdad. Nos asombra la virtud, pero también el vicio. Aquí no se trata del asombro complacido de quien comparte y agradece los puntos de vista del Maestro. Es el asombro escandalizado de quien no está dispuesto a aceptar la enseñanza que recibe.

Jesús se rechazado en su propio pueblo y por sus convecinos de siempre. Reconocen que habla con sabiduría. Y parecen informados de los milagros que hace. El evangelio de Lucas sugiere que lo rechazan por la universalidad de la salvación que predica. Pero el evangelio de Marcos no se refiere tanto al mensaje como al mensajero.

Las gentes de su tierra rechazan a Jesús porque lo han visto siempre. Lo conocen bien y conocen a toda su familia. Desconfían de él. No pueden aceptar que un profeta haya salido de su mismo entorno. Lo ordinario no les parece relevante. La salvación no puede revestirse con los colores de lo cotidiano. Desearían un mensajero extraordinario.

VECINOS INCRÉDULOS

Ante esta situación, el evangelio recoge una sola frase de Jesús: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. Una frase que parece un antiguo proverbio. Pero que alcanza aquí una hondura dramática

• En primer lugar, y como hace en otras ocasiones, el evangelio de Marcos parece explicar a los cristianos primeros por qué Jesús fue ignorado o rechazado. Estaba en juego la dificultad de la fe de los que no habían visto a Jesús. El caso de sus convecinos más cercanos les recordaba que no basta la cercanía física parar creer.

• En un segundo momento, esta frase es una interpelación para los creyentes de hoy. Especialmente para los creyentes más asiduos a la práctica religiosa. Es verdad que hay creyentes no practicantes. Pero también puede haber entre nosotros muchos practicantes no creyentes. La cercanía al culto no nos hace contemplativos.

• En tercer lugar, la frase de Jesús refleja justamente lo que hoy ocurre con la Iglesia y su mensaje. Los países de vieja tradición cristiana cuentan con espléndidas catedrales. En muchas familias ha habido sacerdotes o religiosos. Las gentes conocen o creen conocer la doctrina y la vida cristiana. Pero han decidido rechazarla. Son los vecinos incrédulos.

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