Enlaces a recursos sobre el AÑO LITÚRGICO en educarconjesus

El grano de trigo y el surco Jn 12,20-33 (CUB5-24)

  “Ya llegan días en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva”. Así comienza el oráculo divino que Jeremías transmite a su pueblo (Jer 31,31-34). En los domingos anteriores la liturgia cuaresmal nos ha presentado las sucesivas alianzas de Dios con Noé, Abrahán, Moisés y el pueblo deportado a Babilonia.   

Tras la muerte de Salomón el reino que David había unido se dividió. Sin embargo, el profeta anuncia que Dios promete mantener su alianza con el reino del norte y con el reino del sur. Sus gentes regresarán del destierro, comprenderán que Dios perdona sus pecados y lo reconocerán como su Dios.    

Haciéndonos eco de esta promesa, nosotros hoy suplicamos con el salmo “Miserere”: “Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu” (Sal 50). 

Por otra parte, ya cerca de la celebración de la Semana Santa, leemos en la carta a los Hebreos que sufriendo, Cristo aprendió a obedecer (Heb 5,7-9).

LA HORA DE LA ENTREGA

El evangelio de Juan nos sitúa en Jerusalén tras la entrada de Jesús, acompañado por las gentes que lo aclaman como “el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel” (Jn 12,13). 

Entre los llegados a Jerusalén por las fiestas de Pascua hay unos peregrinos que se acercan a Felipe y le manifiestan su deseo: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”. Felipe consulta con Andrés, el hermano de Simón Pedro, y ambos se lo transmiten a Jesús. 

El evangelio nos da a entender que esos peregrinos representan a toda la humanidad que busca al Mesías. Pues bien, al oír la noticia del interés de esos peregrinos, Jesús expresa que esa es la señal de que ha llegado su hora: la hora de su muerte y de su glorificación. 

Además, Jesús pronuncia una alegoría con la que pretende transmitir el significado de su entrega. Es preciso que el grano de trigo muera en el surco para llegar a producir fruto en abundancia (Jn 12,20-33). Es evidente que Jesús conoce y acepta el destino que le espera. Y afirma que su muerte será fuente de vida para todos los que crean en él.

VER Y SEGUIR A JESÚS

De todas formas, nosotros no deberíamos olvidar la frase con la que los peregrinos solicitaron la ayuda de Felipe. En ella se refleja el deseo que debe señalar la veracidad de nuestra búsqueda y el inicio de nuestra fe.  

• “Queremos ver a Jesús”. Esa aspiración manifiesta en nuestros días la decisión de los cristianos más comprometidos con su fe. Con ella revelan a los demás su deseo de participar en la misión y en la gloria definitiva del Hijo de Dios. 

• “Queremos ver a Jesús”. Esa expresión se encuentra a veces en labios de los no creyentes. Ruegan a la Iglesia que les facilite el acceso al Señor en quien ella dice creer. Y le reprochan que no viva de verdad su fe y oculte a Jesús a los ojos del mundo.

• “Queremos ver a Jesús”. Esa frase debería ser la humilde confesión de una comunidad que anhela el encuentro con su Señor, pero se ve enredada en problemas y preocupaciones que dificultan su camino de fe. 

La hora de la verdad es la hora de la muerte y ésta, de la gloria Jn 12,20-33 (CUB5-24)

1. El texto de Juan nos ofrece hoy una escena muy significativa que debemos entender en el contexto de toda la «teología de la hora» de este evangelista. La suerte de Jesús está echada, en cuanto los judíos, sus dirigentes, ya han decidido que debe morir. La resurrección de Lázaro (Jn 11), con lo que ello significa de dar vida, ha sido determinante al respecto. Los judíos, para Juan, dan muerte. Pero el Jesús del evangelio de Juan no se deja dar muerte de cualquier manera; no le roban la vida, sino que la quiere entregar El con todas sus consecuencias. Por ello se nos habla de que habían subido a la fiesta de Pascua unos griegos, es decir, unos paganos simpatizantes del judaísmo, “temerosos de Dios”, como se les llamaba, que han oído hablar de Jesús y quieren conocerle, como le comunican a Felipe y a Andrés. Es entonces cuando Jesús, el Jesús de san Juan, se decide definitivamente a llegar hasta las últimas consecuencias de su compromiso. El judaísmo, su mundo, su religión, su cerrazón a abrirse a una nueva Alianza había agotado toda posibilidad. Una serie de “dichos”: sobre el grano de trigo que muere y da fruto (v.24); sobre el amar y perder la vida (v. 25) (como en Mc 8,35; Mt 10,39; 16,25; Lc 9,24; 17,33) y sobre destino de los servidores junto con el del Maestro, abren el camino de una “revelación” sobre el momento y la hora de Jesús.

2. Efectivamente las palabras que podemos leer sobre una experiencia extraordinaria de Jesús, una experiencia dialéctica, como en la Transfiguración y, en cierta manera, como la experiencia de Getsemaní (Mc 14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46) son el centro de este texto joánico, que tiene como testigos no solamente a los discípulos que eran judíos, sino a esos griegos que llegaron a la fiesta e incluso la multitud que escuchó algo extraordinario. Muchos comentaristas han visto aquí, adelantado, el Getsemaní de Juan que no está narrado en el momento de la Pasión. En eso caso puede ser considerado como la preparación para la “hora” que en Juan es la hora de la muerte y esta, a su vez, la hora de la gloria. El evangelista, después de la opinión de Caifás tras la resurrección de Lázaro de que uno debía morir por el pueblo (Jn 11,50s), está preparando todo para este momento que se acerca. Ya está decidida la muerte, pero esa muerte no llega como ellos creen que debe llegar, sino con la libertad soberana que Jesús quiere asumir en ese momento.

3. Por tanto, era como si se Él esperara un momento como este para ir a la muerte: ha llegado la hora que se ha venido preparando desde el comienzo del evangelio, es la hora de la verdad, de la pasión-glorificación. Y Jesús, con una conciencia absoluta de su misión, nos habla del grano de trigo, que si no cae en tierra y muere, no puede dar fruto. La vida verdadera solamente se consigue muriendo, dándola a los demás. Es verdad que esta decisión, hablando desde la psicología de Jesús, no se toma olímpicamente o con desprecio; le cuesta entregarse a la muerte en aquellas condiciones. Por eso recibe el consuelo de lo alto para ir hasta el final, y antes de que le secuestren su vida, la entrega como el grano de trigo. El ama su vida entregándola a los demás, poniéndola en las manos de Dios y de los hombres. Todo parece demasiado extraordinario; en Juan no puede ser de otra manera, pero también es muy humano. Jesús no tiene miedo a la hora de la verdad, porque confía plenamente en el Padre, y advierte que los suyos tenga también esta misma disposición.

4. Los vv. 31-33 nos describen, con un lenguaje apocalíptico, la victoria sobre la muerte en la cruz. Esta es una teología muy propia de Juan que no ha visto en la cruz fracaso alguno de Jesús; al contrario, es desde la cruz desde donde “atraerá” al mundo entero (cf Jn 3,14-15; 8,28). Y ello no porque Juan pensara que Jesús resucitaba en la cruz, en el mismo momento de la muerte, como actualmente se está defendiendo, razonablemente, en muchos escritos teológicos. Sino porque la muerte de Jesús le confiere un poderío inconmensurable. La muerte no se la imponen, no es la consecuencia de un juicio injusto o inhumano, sino porque es el mismo Jesús quien la “busca” como el grano de trigo que necesita morir para “tener vida” y porque provoca el juicio sobre el mundo, sobre la falsedad del poder y la mentira del mundo. La hora de Jesús es la hora de la cruz, porque es la hora de la verdad de Dios. Y entonces, la mentira del mundo quedará al descubierto. Pero Jesús “atraerá” a todos los hombres hacia El, hacía su hora, hacia su verdad, hacia su vida nueva.

La Luz y la Verdad Jn 3,14-21 (CUB4-24)

“Todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades según las costumbres abominables de los gentiles y mancharon la casa del Señor que él se había construido en Jerusalén” (2 Cró 36,14-23).

El Señor les fue enviando avisos por medio de los profetas, que fueron despreciados hasta que ya no hubo remedio. Los caldeos invadieron la tierra, incendiaron el templo, derribaron las murallas de Jerusalén y se llevaron muchos cautivos a Babilonia. Allí fueron esclavos, hasta que Dios envió como libertador a Ciro, rey de Persia.

En el salmo responsorial escuchamos el eco de aquellos deportados, que en la amargura de su destierro se atrevían a cantar: “Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha. Que se me pegue la lengua al paladar, si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías” (Sal 136).

La segunda lectura nos recuerda que Dios es rico en misericordia y, a pesar de nuestros pecados, nos ama hasta el punto de hacernos vivir con Cristo (Ef 2,4-10). 

TRES AFIRMACIONES

En el evangelio que se proclama en este cuarto domingo de cuaresma evocamos cómo Jesús anuncia que habrá de ser elevado en alto, como la serpiente de bronce que Moisés plantó en el desierto.  Él dará la vida a los que crean en él (Jn 3,14-21).

 En aquella conversación nocturna con Nicodemo encontramos tres afirmaciones sobre Dios, que son otras tantas enseñanzas sobre Cristo y sobre el hombre:

• Dios ama a este mundo y al hombre que él ha creado. Y lo ama hasta el punto de entregarle a su propio Hijo, para que no perezca ninguno de los que crean en él. 

• Dios no tiene la intención de juzgar al hombre. Es el mismo hombre quien determina su propio juicio, en virtud de su fe o de su increencia en el Hijo de Dios.

• Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgarlo. Lo envió con el deseo de que el mundo y el hombre puedan encontrar en él la salvación.   

LA VERDAD Y LA LUZ

 En aquella larga conversación entre Jesús y Nicodemo sobresalen los dos temas de la luz y la verdad, que tanta importancia tienen a lo largo del evangelio de Juan.

• “El que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras”. En toda sociedad se puede observar que la mayor parte de los delincuentes prefieren las tinieblas para actuar.  En este contexto, esa observación nos indica que la luz del Evangelio revela lo que la persona es en el fondo de su alma.

• “El que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.  En esta sociedad marcada por el relativismo se piensa que la verdad depende de la opinión de cada uno, del flujo de la moda o del dictado de las ideologías. En este caso, se nos dice que luz de Cristo revela si somos de la verdad y vivimos en la verdad.

De la noche a la luz, con Cristo Jn 3,14-21 (CUB4-24)

1. El evangelio, sobre el diálogo con Nicodemo, el judío que vino de noche (desde su noche de un judaísmo que está vacío, como se había visto en el relato de las bodas de Caná), para encontrar en Jesús, en su palabra, en su revelación, una vida nueva y una luz nueva, es una de las escenas más brillantes y teológicas de la teología joánica. Es importante tener en cuenta que Nicodemo es un alto personaje del judaísmo, aunque todo eso no esté en el texto de hoy que se ha centrado en el discurso de Jesús y en sus grandes afirmaciones teológicas, probablemente de las más importantes de este evangelio. Es necesario leer todo el relato de Jn 3,1-21, pues de lo contrario se perdería una buena perspectiva hermenéutica. Digamos que este relato del c.3 de Juan seguramente fue compuesto en el mo­men­to en que personas, como Nicodemo, habían pedido a la comunidad cristiana participar en ella. De ahí ha surgido esta «homilía sobre el bautismo» entre los recuerdos de Juan de un acontecimiento parecido al que se nos relata y una reflexiones personales sobre lo que sig­nifica el bautismo cristiano. En los versículos 1 al 15 (vv. 1-15) tenemos el hecho de lo que podía suceder más o menos y palabras de Jesús que Juan ha podido conservar o aprender por la tradición. Desde los vv. 16-21 se nos ofrecen unas reflexiones personales del teólogo (es realmente un monólogo, no un diálogo en este caso), el que ha hecho la homilía de Juan, sobre la esencia de la vida cristiana en la que se entra por el bautismo.

2. Los vv. 16-21 aportan, pues, una reflexión del evangelista y no palabras de Jesús propiamente hablando. Esto puede causar sorpresa, pero es una de las ideas más felices de la teología cristiana. Dios ha entregado a su Hijo al mundo. En esto ha mostrado lo que le ama. Además, Dios lo ha enviado, no para juzgar o condenar, sino salvar lo que estaba perdido. Si existe alguna doctrina más consoladora que esta en el mundo podemos arrepentirnos de ser cristianos. Pero creo que no existe. El v.18 es una fuente de reflexión. La condena de los hombres, el juicio, no lo hace Dios. Lo ha dejado en nuestras manos. La cuestión está en creer o no creer en Jesús. El juicio cristiano no es un episodio último al que nos presentamos delante de un tribunal para que le diga si somos buenos o malos. ¡No! sería una equivocación ver las cosas así, como muchos las ven apoyado en Mt 25. Los cristianos experimentamos el juicio en la medida en que respondemos a lo que Señor ha hecho por nosotros. El juicio no se deja para el final, sino que se va haciendo en la medida en que vivimos la vida nueva, la nueva creación a la que hemos sido convocados. Estas imágenes de la luz y las tinieblas son muy judías, del Qumrán, pero a Juan le valen para expresar la categoría del juicio.

3. El evangelio de Juan es muy sintomático al respecto, ya que usa muchas figuras y símbolos (el agua, el Espíritu, la carne, la luz, el nacer de nuevo, las tinieblas) para poner de manifiesto la acción salvadora de Jesús. El diálogo es de gran altura, pero en él prevalece la afirmación de que el amor de Dios está por encima de todo. Aquí se nos ofrece una razón profunda de por qué Dios se ha encarnado: porque ama este mundo, nos ama a nosotros que somos los que hacemos el mundo malo o bueno. Dios no pretende condenarnos, sino salvarnos. Esta es una de las afirmaciones más importantes de la teología del NT, como lo había sido de la teología profética del AT. Dios no lleva al destierro, Dios no condena, Dios, por medio de su Hijo que los hombres hemos “elevado” (para usar la terminología teológica joánica del texto) a la cruz, nos salva y seguirá salvando siempre. Incluso el juicio de la historia, como el juicio que todo el mundo espera, lo establece esta teología joánica  en aceptar este mensaje de gracia y de amor. El juicio no está en que al final se nos declare buenos o perversos, sino en aceptar la vida y la luz donde está: en Jesús.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/10-3-2024/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

Mandamientos y limpieza Jn 2,13-25 (CUB3-24)

“No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos… No te postrarás ante ellos ni les darás culto” (Éx 20,1-17). Después de la alianza de Dios con Noé y con Abraham, que se evocan en los dos primeros domingos de Cuaresma, hoy se nos recuerda la alianza de Dios con Moisés y con su pueblo.

Dios había liberado a Israel de la esclavitud que padecía en Egipto. Solo él podía suscitar el anhelo de la libertad. Una libertad que ha de ser conquistada mediante la fidelidad a la voluntad del Dios que nos libera.

Todos los ídolos que nos fabricamos nos llevan a una nueva esclavitud. El salmo responsorial nos dice que “los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos” (Sal 18,9).

San Pablo conocía muy bien a los judíos y a los griegos. Los judíos esperaban signos prodigiosos y los griegos buscaban una nueva sabiduría. El misterio de Cristo que él predicaba era rechazado por unos y por otros. Sin embargo, él afirma que en el Crucificado se manifiesta la fuerza y la sabiduría de Dios (1 Cor 1,22-25). 

EL TEMPLO Y EL CUERPO

La primera frase del evangelio que hoy se proclama anticipa ya la celebración de la Pascua (Jn 2,13-25). Jesús llega al templo de Jerusalén, ve que sus atrios se han convertido en un mercado y decide expulsar de allí a los traficantes.

• Jesús enseñaba que el templo no podía ser convertido en una plaza de negocios. También hoy quiere una Iglesia limpia y que sus fieles respeten lo sagrado.

• Jesús deseaba que la casa de Dios fuera un lugar de oración. Hoy espera de sus discípulos que se acerquen a Dios en todo tiempo y en todo lugar.

• Jesús se refería a su propio cuerpo y lo identificaba con el templo de Dios. También hoy nos exhorta a respetar nuestro cuerpo y el de los demás.

Este episodio de la purificación del templo nos prepara para la celebración de la muerte y resurrección de Jesús. El templo de su cuerpo sería destruido, pero al tercer día sería restaurado y resucitado para nuestra salvación y nuestra esperanza.  

LA FE Y LA VERDAD  

El relato evangélico concluye anotando las diversas reacciones de los que escuchaban a Jesús y subrayando la sabiduría del Maestro.   

• Muchos de los presentes creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía. Las gentes esperaban y pedían signos y milagros para poder creer. Algo semejante ocurre también en nuestros días. Pero el evangelio nos indica el camino contrario. Solo si tenemos fe en el Señor veremos los signos y prodigios que él realiza en nosotros.

• Jesús conocía las actitudes de quienes lo seguían. Nosotros nos dejamos seducir por la publicidad. Casi siempre juzgamos a las personas y a los movimientos por su apariencia. El Señor nos exhorta a vivir en la verdad y a no juzgar a las personas tan solo por su figura. Nuestra fe no puede apoyarse en los gestos exteriores.

Jesús busca una religión de vida Jn 2,13-25 (CUB3-24)

1. El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa manera como se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.


2. El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma: en el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado contra el templo porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora, Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenando el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.

3. No olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el «cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley y la religión del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/3-3-2024/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

El Hijo Amado Mc 9,1-9 (CUB2-24)

“Por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa” (Gén 22,16-17). En el primer domingo de cuaresma se recordaba el pacto de Dios con Noé. En este segundo domingo se nos presenta la alianza de Dios con Abraham.

Dios aprecia la obediencia de Abraham. ¿Pero es que Dios puede pedir a un padre que sacrifique a su propio hijo? ¿O habrá que leer el texto en su contexto histórico? Los cananeos sacrificaban a sus primogénitos ante sus dioses de la fertilidad. Pero el Dios de Israel no quiere la sangre de los hijos sino la obediencia de los creyentes.

En la generosidad de Abraham se refleja su fe en el Dios que va dirigiendo sus pasos. Nosotros nos hacemos eco de esa disponibilidad al repetir esta promesa: “Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor” (Sal 115).

  Evocando la disponibilidad de Abraham, san Pablo recuerda la generosidad del mismo Dios. “El que no se reservó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?” (Rom 8,31-36).

TRES INDICACIONES

Todos los años, en este domingo recordamos el misterio de la Transfiguración de Jesús en lo alto de un monte. De la nube que refleja la gloria y la cercanía de Dios bajó este mensaje: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo” (Mc 9,7). Al igual que los discípulos predilectos del Maestro, nosotros escuchamos esas tres indicaciones

• Jesús es el Hijo de Dios. En un mundo que desprecia tan escandalosamente la paternidad, nosotros sabemos que no estamos huérfanos. Gracias a la palabra y la fidelidad de Jesús, se nos revela que Dios es su Padre. Y es también el nuestro. 

• Jesús es el Hijo amado por Dios. En una sociedad que considera el amor como un mero sentimiento o una ocasión para el placer, nosotros descubrimos que Dios es amor. Gracias a Jesús se nos revela la cercanía, la compasión y la ternura de Dios.

• Jesús es el Maestro y el Profeta enviado por Dios. En una época en la que se escuchan las voces discordantes de los falsos profetas, nosotros descubrimos que Dios nos habla. Gracias a Jesús podemos escuchar la palabra de la verdad. 

DISCRECIÓN Y ANUNCIO

Al bajar de la montaña, Jesús ordenó a sus discípulos: “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Esas palabras nos invitan a la reflexión y suscitan en nosotros la esperanza.

• En primer lugar, Jesús exhorta a los suyos a la discreción. Gracias al llamado “secreto mesiánico”, tan característico del evangelio de Marcos, Jesús rechazaba los falsos mesianismos del poder y del dominio. 

• En segundo lugar, Jesús invita a los discípulos de entonces y de ahora a aceptar el misterio de su entrega y de su muerte y a prepararse para anunciar a todo el mundo su resurrección de entre los muertos. 

Caminar hacia la Resurrección Mc 9,1-9 (CUB2-24)

1. El relato de la Transfiguración de Marcos nos asoma a una experiencia intensa de Jesús con sus discípulos, camino de Jerusalén después de haber anunciado la pasión, para que esos discípulos puedan meterse de lleno en el camino y en la verdadera misión de Jesús. Los discípulos, o bien desean los primeros puestos del reino, o bien quieren quedarse en el monte de la gloria de la transfiguración, como Pedro. Jesús va al monte para orar y entrar en el misterio de lo que Dios le pide; desde esa experiencia de oración intensa puede iluminar su vida para saber que le espera lo peor, pero que Dios estará siempre con él. Es una escena importante y compleja que viene a ser decisiva en el desarrollo del evangelio y de la vida de Jesús que ahora ya mira a Jerusalén como meta de su vida. Tenemos que pensar que más que otra cosa, (aunque haya una experiencia histórica de Jesús y sus discípulos en un monte), esta escena es una construcción teológica del evangelista, con todas sus consecuencias. En Jn 12,28-30 encontramos una experiencia de este tipo. El relato, en una teofanía que abarca casi todo, tiene tres partes: a) vv.1-4 y b) vv. 5-8 y una conclusión c) vv. 9-10 sobre el "secreto mesiánico", que es muy propio de Marcos y la pregunta de los discípulos sobre la resurrección de entre los muertos.

2. Los personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, están allí para respaldar precisamente la acción de Jesús. Y la voz misteriosa, entre las nubes, reafirma que, desde ahora, a quien hay que escuchar y seguir es a Jesús. Los elementos del relato nos muestran los símbolos especiales de las teofanías propias del AT. Pedro quiere quedarse, plantarse allí, haciendo tres tiendas, para Moisés, Elías y Jesús. El relato en sí es en el evangelio de Marcos el comienzo del viaje hacia Jerusalén. Y aunque no diga, como Lucas, que un profeta no puede "morir fuera de Jerusalén" viene a ser como el asomarse a la meta de la vida de Jesús: la resurrección. Pero a la resurrección a la nueva vida no se llega sino por la muerte. Una muerte que ya está sembrada en la vida del profeta de Galilea y casi decidida (Mc 3,6). Pedro no quiere bajar del monte porque esa vida nueva supone aceptar la muerte, y no una muerte cualquiera, sino la muerte en la cruz. La "gloria" divina que se ha experimentado en el monte está llamando a otro monte, el del Calvario, para que se viva como realidad plena. Jesús es el que tiene las ideas claras de todo ello, los discípulos no.

3. La decisión de Jesús de bajar del monte de la transfiguración y seguir caminando hacia Jerusalén, lugar de la Pasión, es la decisión irrevocable de transformar el mundo, la religión y la vida. Es verdad que eso le llevará a la muerte. Esa decisión tan audaz, como decisión de una misión que ahora se confirma en su experiencia con lo divino, con la voz del Padre, no le llevará directamente al triunfo, sino a la muerte. Pero el triunfo de la resurrección lo ha podido contemplar, a su manera, en ese contacto tan intenso con el misterio de Dios. Dios le ha revelado su futuro, la meta, la victoria de la vida sobre la muerte. Y ahí está su confianza para seguir su camino y hacer que le acompañen sus discípulos. Estos seguirán sin entenderlo, sin aceptarlo, preparándose o discutiendo sobre un premio que no llegará de la forma que lo esperaban. Del cielo se ha oído un mandato: "escuchadlo", pero no lo escuchan porque su mentalidad es bien otra. Jesús los ha asomado un poco a la "gloria" de una vida nueva y distinta, pero no lo han entendido todavía. El relato, desde luego, es cristológico, (no hay duda!, pero Marcos también quiere que sea pedagógico para la comunidad: la vida verdadera no se goza "plantándose" en este mundo, en esta historia, en nuestros proyectos. Está en las manos de Dios.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/25-2-2024/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/